lunes, 5 de julio de 2010

Dio


Ronnie James Dio: 1942-2010

¿Qué decir sobre una de las mejores voces del rock?
Solamente que lo vamos a extrañar, enormemente!!!
La noche que me enteré de su muerte, el martes 18 de mayo, a través de That Metal Show, sufrí un shock!
Estaban transmitiendo justamente el programa donde el aparecía como invitado y ¿cuál sería mi sorpresa al ver un pequeño recuadro donde decía: Ronnie James Dio: 1942-2010? No podía creerlo. De inmediato busqué información, pues nunca veo la sección de espectáculos de los noticieros, por considerarla malísima.
Ya hasta mi suegra sabía de su muerte y yo... ni en cuenta.
Es triste perder un cantante como él. Una voz potente y bella. Pero, más que nada, un compositor mágico y creativo que, grupo en el que estuviera, creaba composiciones inolvidables. Jamás será reemplazado.
Justo cuando se encontraba de nuevo con Black Sabbath, o como sería ya su nombre Heaven and Hell, lo perdimos! ¿Qué hará ahora Iommi? Difícilmente pondrá otro cantante, pues Heaven and Hell es, realmente la formación con Dio y supongo que ya no tiene los derechos para volver a tener a Black Sabbath. Sólo un cantante puede intentar interpretar a Ozzy y a Dio, Tony Martin, pero ha sido botado tantas veces que, yo creo que ya no desea saber nada de Iommi.
Sinceramente no he leido nada últimamente de Heaven and Hell y sus planes, sólo estoy especulando. Lo único que puedo decir, es que atesoraré los conciertos que vi de Dio, el último en el Auditorio Nacional con Heaven and Hell y los dos con su grupo, Dio, en el Circo Volador, pero sobre todo, el que dio en el Salón Cuervo o como se llame ahora. Este concierto fue increíble. Tocó sus mejores canciones, tanto las de solista, como las de Rainbow, incluyendo Stargazer y las de Black Sabbath como Die Young, Heaven and Hell, Mob Rules, etc.
Además de ser uno de los mejores cantantes, hay algo que todo el mundo a su alrededor le reconocía, que también era uno de los mejores seres humanos que conocieron. Pues, tenía fama de una gran calidad humana y ello se notaba con la ambilidad que tuvo siempre con sus fans y la entrega que dio a éstos.
Fue un pilar del rock. Influencia para muchos otros grandes cantantes y músicos en general. Lo vamos a extrañar enormemente.

Descanse en Paz!

                                                               

sábado, 3 de julio de 2010

Historia de los Reyes de Britania de Geoffrey de Monmouth

Este fue un trabajo que entregué para la materia de Historia Medieval sobre una fuente primaria. Escogí la "Historia regum Britanniae" de Geoffrey de Monmouth, por parecerme uno de los documentos más interesantes que hay sobre el tema artúrico, pues sirvió de base a los demás escritos posteriores y a crear un mundo místico que dominó las mentes de los hombres en la Edad Media. Un género que creó una visión caballeresca del comportamiento y que contribuyó a crear un estilo de vida basado en los ideales de la caballería y de la religión cristiana.

 Contexto histórico de la obra y su influencia


“YET some men say in many parts of England that King Arthur is not dead, but had by the will of our Lord Jesu into another place; and men say that he shall come again, and he shall win the holy cross. I will not say it shall be so, but rather I will say: here in this world he changed his life. But many men say that there is written upon his tomb this verse: Hic jacet Arthurus, Rex quondam, Rexque futures”.



En la Historia del Los Reyes de Britania, Geoffrey de Monmouth presenta una historia detallada de los britanos, comenzando con Bruto –bisnieto del héroe troyano Eneas- en el siglo XII a.C. y terminando con su último rey, Cadvaladro y las invasiones sajonas que tuvieron lugar en el siglo VII d.C. A través de los personajes principales del libro, es decir, los gobernantes del pueblo británico, Geoffrey ilustra el pasado glorioso de la Britania, rememorando los eventos en orden cronológico y suministrando una detallada descripción de cada evento, especialmente aquellos que fueron estratégicos para la construcción del reino. Los recursos de Geoffrey todavía están a prueba, en su propia introducción, el autor alega seguir una confiable y antigua fuente dada por un amigo suyo, Walter, archidiácono de Oxford. La falta de evidencia para apoyar este alegato, se suma con los elementos sobrenaturales incorporados en la Historia de los Reyes de Britania, y hace difícil el adquirir completa confianza en el texto como un documento histórico de la Historia de Britania. Sin embargo, el texto es rico en valor histórico dado que ya por su escritura, uno puede deducir muchas cosas sobre la estructura política en ese periodo, así como un panorama sociológico de la nación. El énfasis en la política, la guerra y las relaciones internacionales, forman una dura imagen del sistema de poder, y las largas historias entorno a sus personajes insertan al lector en la realidad de la vida de los nobles Británicos. En particular, el libro destila ecos virgilianos y una preocupación por en¬lazar la materia británica con la de Roma y justificar el predominio que Inglaterra debería tener ante su vecino y enemigo de siempre: Francia. Hay que recordar el momento histórico en el que vive Monmouth. Estamos en el año de 1136, aproximadamente. Los normandos llevan poco más de 70 años de haber conquistado Inglaterra y por tanto, desean ver afianzado su poder, sobre todo en el ánimo del pueblo dominado. Su interés por fundamentar su reinado es evidente. Geoffrey de Montmouth, les ofrece con su texto, un argumento favorable sobre su supremacía y cómo deben ellos ser los amos, pues el poder les viene desde tiempos remotos, desde sus orígenes en Troya. Además, cabe tener en cuenta, la invasión sajona al territorio inglés, con la cual terminaron los normandos, adueñándose de la isla y derrotando a este pueblo que había diezmado la población britana. Para los autóctonos, la nueva invasión resultó un alivio relativo, pasaron de una dominación a otra, eso sí, de cristianos y no paganos, como aún consideraban a los sajones. Aunado a ello, el Rey de Inglaterra, siendo Duque de Normandía, debía vasallaje al Rey de Francia, situación incómoda, en gran medida, para este nuevo gobierno insular. Como puede verse, el nuevo poder Inglés, ardía en deseos de autolegitimizarse, y qué mejor manera que con un “texto histórico” que confirmara la legalidad del reino y además, explicara el motivo por el cual, debían ser ellos quienes recibieran el vasallaje del rey de Francia, entre otros muchos pueblos, así como su supremacía sobre ellos, y su derecho a dominarlos, llegado el caso. Uno de los personajes más importantes del libro, además de Bruto, bisnieto de Eneas, que a su vez es familiar directo de Príamo de Troya, lo cual otorga un origen divino al pueblo britano, sería el famoso rey Arturo. El porqué de su importancia, se manifiesta de diversas formas, todas ellas de capital interés y con las cuales trataremos de trabajar. Arturo, rey ejemplar, modelo de caballería y mucho más que un héroe nacional británico, presenta un origen incierto. Bajo la apariencia de “Historia”, Monmouth nos acerca a esta figura de la cual ya se conocían algunos datos a través de leyendas celtas y bretonas y de diversos comentarios en antiguos textos históricos como los Annales Cambriae, crónica historiográfica de mediados del siglo X. La “materia de Bretaña”, es decir, la temática artúrica, estilizó la moral e idealizó una visión romántica de la sociedad caballeresca y cortés que duró por siglos y cubrió todo el ámbito europeo. La expansión de esta imagen caballeresca transportada por la literatura artúrica, es un fenómeno colectivo que traspasó fronteras y grupos sociales. Muchos contribuyeron a la difusión de las leyendas de Arturo; los conteors bretones, los novelistas franceses, los clérigos galeses que las retoman con un toque cristiano, etc. Pero sí fue más importante la tradición céltica o el trabajo de Monmouth en la formación de la leyenda, todavía está en discusión. Para algunos, la tradición oral galesa y bretona fue una fuerza poderosa. Sin embargo, para otros, fue el clérigo galés quien le dio un mayor impulso e inspiró a nuevos novelistas, sobre todo franceses, a utilizar este tema y a hacerlo tan perdurable. Lo que sí es un hecho, es que en la Historia Regum Britanniae, el héroe belicoso y aventurero, se convierte en un rey imponente y justo, superando al mismo emperador romano y que por un fatídico suceso, la traición de su sobrino Mordred, no pudo completar la conquista de Europa, incluyendo Roma, su siguiente punto en mira. Así pues, tenemos un monarca de prestigio universal, rivalizando con Alejandro y Carlomagno, conformando su imagen de monarca independiente, de Emperador con poder sobre gran parte de Europa. Es más, podemos notar una emulación de este personaje con la situación del rey Enrique I en su situación de vasallo del rey Luis VI de Francia y como Arturo venció y dominó a los franceses, lo cual conlleva a decir que más que vasallo, el rey de Inglaterra, debería ser superior al de Francia. Además, si ya Bruto había devastado Aquitania y fundado Tours a su paso hacia Inglaterra; y Belino y Brenio redujeron al reino galo a sumisión, se podía pensar que eran los reyes de Francia quienes deberían, en todo caso, prestar vasallaje a los monarcas britanos. “Conquistada la Galia, marchan sobre Roma, talando a su paso los campos de Italia y saqueando sus ciudades. En aquel tiempo gobernaban a Roma los cónsules Gabio y Porsena, quienes, al ver que no había pueblo capaz de resistir el empuje feroz de Belino y Brenio, salieron a su encuentro, para pedir la paz.” Terminado el periodo de lucha en Inglaterra en 1153, con la firma del Tratado de Wallingford, donde Esteban ponía fin a la Anarquía Inglesa designando como sucesor al hijo de Matilde, el duque de Anjou Enrique I, que sería coronado como Enrique II de Inglaterra, hizo uso de este texto, para sus propios intereses. Sin embargo, poco tiempo le quedó a Monmouth para ver al nuevo rey, pues parece que la fecha de su muerte fue en 1155. A pesar de su fallecimiento, su obra fue un instrumento bien utilizado por el nuevo monarca Plantagenet. Así, tenemos a Enrique II y a su esposa Leonor de Aquitania, como artífices de una corte próspera en cultura, riqueza, territorio y relaciones. Este rey extiende su influencia a toda la Europa occidental, y hasta su primo Balduino IV de Jerusalén, le ofrece su corona si se dirige en su auxilio. Grandes dominios en Europa, su corte se ve rodeada de embajadores y personajes del más variado origen, como ocurría en la corte del rey Arturo, donde acudían los mejores caballeros del mundo. Además, la corte itinerante de Enrique II, era el centro literario más importante de Occidente desde Carlomagno. Así, tiene a su disposición historiadores, cronistas y clérigos que exaltan en latín y en francés, sus hazañas y la de sus antepasados. De esta manera, cultiva su imagen, que de cualquier forma es brillante por la fuerza de su carácter, logrando vencer la anarquía y la insubordinación de los grandes barones que arruinaban al país, centralizando cada vez más el poder, creando una monarquía, aunque feudal, pero que encierra cada vez más el poder, la riqueza y el fasto, en las manos del rey y de sus altos funcionarios. Otro tema que el rey inglés pudo usar a su favor, es el claro ataque al poder político centralista de Roma que vemos en las páginas de la Historia Regum Britanniae, su debilidad ante los héroes britanos, refleja el deseo de las grandes mansiones feudales –entre ellas la Plantagenet- de rebelión y la ansiedad por independizarse contra una realeza tradicional, heredera del Sacro Imperio Romano. Su prestigio y el de su rey Carlomagno y sus doce pares, tenía ya un rival poderoso en la figura de Arturo y sus caballeros y por tanto, en el rey Enrique Plantagenet, restaurador de la grandeza del pueblo de Arturo. Enrique, no desaprovecha las posibilidades que el mito artúrico le ofrece, de ahí su mecenazgo con claro interés político. Si agregamos a ello, que los mismos cronistas y escritores ven una oportunidad para desarrollar su arte y encontrar el favor de la corte, contamos con un mundo rico para explotar. Tenemos el ejemplo de Robert Wace, quien traduce al francés la Historia Regum Britanniae, en forma de 15,000 octasílabos, para poner al alcance de los cortesanos, quienes no entendían bien el latín, esta obra tan exitosa. Este clérigo fue quien le dio un tinte de aventura cortés al relato. Fue el precursor de todo el surgimiento de la “materia de Bretaña” en forma épica y fantástica. Método que sería muy explotado más adelante por diversos autores de distintas nacionalidades y épocas, de los que podemos recordar a Chrétien de Troyes, Wolfram de Eschenbach y Thomas Malory. Pero, así como fue utilizado el tema artúrico como propaganda monárquica, aún por Felipe Augusto de Francia, tuvo un cariz contradictorio. Sirvió como base ideológica a una clase social, la de los nobles y caballeros, amenazada por el centralismo monárquico y sus alianzas con la burguesía de las ciudades. Ello se deba a que Arturo es una figura paradigmática del soberano feudal que gobierna gracias al auxilio de sus caballeros, en un mundo idealmente organizado, de tal forma que sea estático y sin evolución económica, ni social. Es más, se exalta a un monarca que, en la Tabla Redonda, no es más que un primus inter pares, que brilla más por las proezas de sus caballeros que por sí mismo. Claro que esta actitud estática, le fue conferida en las posteriores obras, en la novela cortés, no en la de Monmouth, donde es claramente un rey guerrero y proactivo. Así pues, este rey ideal es ahora, más que el monarca épico e histórico, el soberano fantástico de la novela cortés y caballeresca. Mas, en un golpe de astucia por parte de Enrique II, aquel personaje del rey mesiánico que regresaría de Avalon, curado de sus heridas para retomar el poder y ayudar a su pueblo, los britanos, fue exterminado. Es decir, la idea de su regreso de un sitio feérico para volver a reinar se destruyó con la supuesta aparición de su tumba y la de su esposa, Ginebra, en la Abadía de Glastonbury en 1190. Con ello, destruían la esperanza céltica y la imagen extraterrenal de Arturo. El rey que volvería, según la tradición, ya se encontraba enterrado. De esta manera, el gran rey Enrique Plantagenet podía presentarse como el restaurador del reino y así, a los ojos de los cortesanos, hacer menos necesaria la imagen del rey Arturo, disminuyendo la nostalgia por éste, por “El rey que fue antaño y que volverá”- rex quondam rexque futurus-.




 Sobre el autor de la obra, su relieve y su tiempo.

“Dieron gracias a Nuestro Señor la mayoría de ellos por el gran honor que les había hecho, pues les había reconfortado con la gracia del Vaso Santo. Pero de todos los que estaban allí, fue el rey Artús el más gozoso y alegre, ya que Nuestro Señor le había mostrado mayor merced que a ninguno de los que reinaron antes que él.”



Insertar la temática artúrica en un texto donde se plantea la historia de una nación como Inglaterra, haciéndola pasar como verdadera, permitió que la literatura cortés ganara un personaje invaluable. Esa fue la labor de un clérigo galés, Geoffrey de Monmouth o Galfridus Monemutensis, quien nació cerca del año 1,100. Si bien su lugar de nacimiento es desconocido, se conjetura que pudiera haber nacido en Monmouth (Gales), posiblemente de ascendencia bretona. Ciertamente tiene nexos de unión importantes con Monmouth, como su nombre sugiere, y según las descripciones de Caerleon que aparecen en Historia Regum Britanniae, indica una cierta familiaridad con esta región. Lo primero que sabemos de este escritor, lo sitúa en Oxford, hacia el 1129, lugar en el que permanece hasta, por lo menos, 1152, pues su firma aparece en varias cédulas relacionadas con fundaciones religiosas cercanas a Oxford. En algunos de estos documentos, firma como magister, es decir, como docente en este lugar. Existe muy poca información acerca de su vida. Se sabe que para 1151, fue nombrado obispo de Saint Asaph, en Gales del Norte. Supuestamente por todo el esfuerzo realizado, al tratar de impresionar y aportar medios de validación para la monarquía normanda. Según las crónicas galesas, su muerte se registró en 1155, quizá en Oxford. A pesar de ser obispo, no era muy religioso, pues se ordenó como sacerdote un poco antes de recibir su diócesis y su obra no refleja un espíritu muy devoto. Al contrario, los textos que escribió desbordan de energía bélica. Eso sí, en ellos se plasma una vasta cultura clásica, bíblica, de la épica francesa y de algunas leyendas célticas. La Historia Regum Britanniae evoca un mundo antiguo lleno de colorido y esplendor, de una manera ágil y amena. Retrata una corte fastuosa donde se realizan torneos y las damas visten suntuosos ropajes. El ambiente en que se desarrolla es evidentemente, el de la época del autor. Y su propósito, es hacer una glorificación fantasiosa del pasado céltico isleño, relacionándolo con el no menos glorioso pasado troyano. Según el propio Geoffrey, su obra no era más que la traducción de un libro en lengua bretona, antiguo, que traducía al latín por iniciativa de su amigo, quien se lo había entregado para tal propósito. Esta es simple y llanamente una excusa. La imaginación y la erudición son del propio Monmouth, aunque eso sí, basado en antiguas tradiciones y leyendas como ya mencioné. La obra tiene un entorno seudohistórico que dio empuje a la idea de un rey virtuoso y poderoso como Arturo, un mito que la época acogió con entusiasmo. Desde el inicio de la obra, el autor la dedica al hijo bastardo del Rey Enrique I de Inglaterra, Roberto de Gloucester y a Galerán de Meulán, fuertemente emparentado con la casa real inglesa y francesa. “Protege tú, Roberto, duque de Gloucester, esta obrita mía a ti dedicada para que así, bajo tu guía y tu consejo, pueda ser corregida y todos piensen, cuando se publique, que es la sal de tu Minerva quien la ha sazonado y que las correcciones no proceden de la mísera fuente de Geoffrey de Monmouth, sino de ti, a quien Enrique, ilustre rey de los Anglos, engendró… Tú también, Galerán, conde de Meulan, la otra columna de nuestro reino, concédeme tu ayuda para que, bajo la dirección compartida de ambos, la edición de mi libro, ahora hecha pública, brille con una luz más bella.” La previsión de Monmouth es prodigiosa, pues en el ínterin de su escritura, acaeció la muerte del rey Enrique y su trono quedó sin heredero directo, pues sólo tenía ya una hija, casada con el duque de Anjou y un sobrino, Esteban de Blois. “Vendrá después un león de justicia (Enrique I) a cuyo rugido temblarán las torres de Galia y los dragones de la isla.” Nuestro autor, no podía saber quién obtendría la corona; por tanto optó por quedar bien con las distintas ramas familiares y esperar los resultados, los cuales se dejaron llevar por mal camino, pues comenzó la lucha fraticida entre las dos facciones: la que apoyaba a Esteban de Blois y entre ellos Galerán de Meulan y aquellos que estaban con Matilde, hija del fallecido rey, entre los cuales se decantó su medio hermano, Roberto de Gloucester. Como puede notarse, la situación se dividió comprometedoramente. De hecho, se dice que Monmouth, en un momento en que el duque de Gloucester cayó de la gracia del monarca en turno, Esteban I, cambió la dedicatoria a dicho rey para seguir por la vía que ofrecía mejores expectativas. Además de esta obra, Geoffrey escribió dos libros más, las Profecías de Merlín, antes de 1135, dedicada a Alejandro, obispo de Lincoln y La vida de Merlín terminado c. de 1148 y firmada para Roberto de Chesney, colega de Monmouth en Saint George y sucesor de Alejandro en el obispado de Lincoln. “La admiración que en mí despierta tu nobleza, oh Alejandro prelado de Lincoln, no me deja otra opción que trasladar de la lengua británica a la latina las Profecías de Merlín, antes de haber dado fin a la historia que había comenzado acerca de los reyes britanos.” Entre toda la aceptación que tuvo su obra, sólo encontramos a un detractor. Un historiador llamado Guillermo de Newburgh, quien en el proemio de su Historia rerum Anglicarum (1198), denuncia la falsedad histórica del libro, criticando principalmente a los personajes de Arturo y Merlín, del que apunta que todas las profecías eran pura superchería.


 Principales temas y características de la obra que merecen destacarse.


«Rey, si en tu corte hay caballero, siquiera uno, en quien fiaras a tal punto de atreverte a confiarle a la reina para conducirla en pos de mí, a ese bosque, adonde yo me dirijo, allí lo aguardaré con la promesa de devolverte todos los prisioneros que están en cautividad en mi tierra; con tal que pueda defenderla frente a mí y reconducirla aquí por su propio mérito.»



Son muchos los temas a los cuales se puede hacer referencia. Sin embargo, abordaré los que más llamaron mi atención, o bien, que denoten una mayor importancia e interés. Así pues, doy a paso al comentario de estos temas. Las genealogías proveen importantes aportaciones sobre historia dinástica y esquemas para la historia política. En este sentido hay dos puntos a considerar. El primero es que, en una sociedad bárbara y heroica, como la de los britanos o la de los anglosajones, la línea descendente de reyes y nobles era un factor tan importante para la estabilidad social, que era necesa¬rio recordarlos con frecuencia. El procedimiento me¬diante el cual eran recordados, era la recitación de las genealogías en ocasiones públicas importantes, tales como la visita de un rey a otro rey o los funerales de grandes nobles. El otro punto es que, en una época en que los cambios de gobierno eran frecuentes y violentos, los bardos se encargaban de improvi¬sar líneas aceptables de descendencia para los gobernantes de facto. Geoffrey sincronizó algunos de sus reyes con personas y eventos de la Biblia, y de las leyendas griegas, romanas e irlandesas, así como de la historia. Refiriéndose al primer héroe, Bruto, relaciona su época con lo que está pasando en el mundo: “Gobernaba entonces en Judea el sacerdote Helí, y el Arca de la Alianza se encontraba en poder de los Filisteos. Los hijos de Héctor reinaban en Troya, después de expulsar a los descendientes de Antenor. En Italia reinaba Silvio Eneas, hijo de Eneas y tío de Bruto, tercero de los reyes latinos”. Así también, durante la invasión contra Inglaterra que llevó a cabo Julio César, Monmouth menciona al rey que gobierna en ese momento, Casibelauno y a sus herederos, poniendo de manifiesto el dato más importante con relación al cristianismo, el nacimiento mismo de Jesucristo. “En aquellos días nació Nuestro Señor Jesucristo, por cuya preciosa sangre fue redimido el género humano, que hasta entonces había yacido encadenado por los demonios.” Con muchas de estas relaciones intenta dar soporte a su historia ya los datos que ella contiene. Aunque muchos de los datos que narra son, evidentemente, fantasía, al final del libro, es verdaderamente llamativo la frescura con que les niega a sus coetáneos la posibilidad de tratar el tema que él desarrolla, atreviéndose a decir que, ya que no poseen el libro que el tradujo, sería mejor que guardasen silencio, y hablando de dicha lectura, menciona lo siguiente: “…un libro que, tratando con toda veracidad de la historia de esos príncipes y compuesto en su honor, me he ocupado yo de trasladar de este modo al latín.” A pesar, de la innegable imaginación a la hora de relatar los supuestos sucesos históricos de Inglaterra, o como diría Carlos García Gual: “…una obra verdaderamente sorprendente por su audacia y su imaginación desaforada, que bajo el prestigioso manto del título de <>, introduciría a Arturo como un gran rey en el pasado de la Gran Bretaña…”, la realidad es que gracias a él, surgió lo que sería más tarde conocido como “la materia de Bretaña” La Europa medieval reconocía tres grandes fuentes para la literatura de ficción: la materia de Roma, perteneciente a la Antigüedad Clásica, tanto griega como romana; la de Francia, el ciclo heroico del emperador Carlomagno y sus nobles, el más famoso de los cuales era Roldán, que cayó en Roncesvalles; y la de Bretaña, conformadas por la constelación de tradiciones y leyendas acerca del rey Arturo. Hasta cierto punto, la tercera materia era una consecuencia y una réplica de la segunda, cargada de connotaciones políticas. Los reyes de Francia se ufanaban de poseer una genealogía ilustre que se remontaba hasta el mismo Carlomagno. Gracias a Monmouth, los reyes de Inglaterra, que en comparación con ellos eran una dinastía advenediza, pudieron reclamar para sí un abolengo todavía más ilustre y remontar su linaje hasta Arturo y como hemos visto, hasta la misma Troya. Esto no significa que la Historia de los Reyes de Britania sea una simple fabulación. Geoffrey se inspiró en personajes y sitios reales, además cita como fuentes a San Gildas, Nennius y los Anales Galeses. La figura de Arturo es lo más relevante en este libro, aunque sea una pequeña parte la que le dedica, el capítulo VI. Pero, aún siendo un solo capítulo, fue el que más interés causó y con el que más identificados se sintieron los monarcas y nobles de aquella época. Y es que, es en esta parte del libro donde se muestra el talento literario de Geoffrey. En sus trazos se reúnen los recuerdos legendarios, las pasiones épicas y la fantasía novelesca. Es en esta parte donde surgen gran cantidad de personajes famosos que acompañarían a este caudillo, al igual que sus atributos más conocidos como serían la espada Caliburnus o Excalibur forjada en Avalon; su lanza Ron, su escudo Pridwen con la imagen de la Virgen María y con su casco de oro donde se yergue su emblema guerrero, el dragón. El rey de la isla se presenta con los rasgos de un emperador en el sentido medieval del concepto: aumenta los territorios de su imperio, conquista reinos y los anexiona a su poder. Geoffrey de Monmouth define a Arturo como Alto Rey de Britania. Hijo del joven Uther Pendragon y sobrino del rey Aurelius Ambrosius. Según algunas fuentes, cuando los romanos parten de Britania, los desórdenes llegan a un punto tan crítico que el rey bretón Aldrien envía a su hermano Constantino. Este asume el gobierno de las últimas tropas romanas y se autoproclama Emperador de Britania. Si bien la figura de Arturo está relacionada con la realeza, hay pocas evidencias que realmente lo definan como rey. Nennius acota: «Arturo luchó junto a los reyes britanos pero él era un Dux Bellorum.» Esto parece confirmar la idea que Arturo era un soldado profesional, un estratega brillante, posiblemente entrenado en Roma, y contratado por los reyes britanos para combatir a los sajones. Dux Bellorum significa Duque de las Batallas, un apelativo propio dado a los generales por los romanos, semejante al Dux Britannorum, que custodiaba las fronteras norteñas de Britania. No obstante lo apuntado, tampoco nada contradice la tradición de que Arturo haya sido realmente un rey. Nennius no dice que Arturo no sea un rey más entre los britanos, simplemente le otorga un título que lo define más como un guerrero hábil y valiente. Arturo entra en escena con la famosa victoria britana en Mount Badon, el historiador galés Nennius, muy ligado al período artúrico debido a su obra Historia de los Britones, le otorga el título de Dux Bellorum, un jefe de guerra elegido por asamblea. El joven Arturo parece que dirigió una confederación britana, cuyo mando estaba posiblemente en manos de su tío Aurelius, demasiado envejecido para tomar las armas. Con la victoria de los britanos se inicia un período de paz de casi cincuenta años y sería el momento en que los britanos estuvieron más cerca que nunca de formar una nación. Este reino gobernado por Arturo se extendía aproximadamente en el oeste desde Cornualles a Strathclyde. Las fatales luchas tribales que se sucedieron luego de la muerte de Arturo, sumieron otra vez a Britania en un caos político. Casi todos los reinos célticos poseen un «Arturo» entre sus señores. El siglo VI está poblado de jefes militares y nobles que ostentan este popular nombre. No caben dudas de que para entonces Arturo ya era un personaje mítico y los nobles querían identificarse con él. Existe un tema muy bien puesto de relieve en la Historia, es el del parentesco entre los celtas británicos y los franconormandos del otro lado del canal de la Mancha. Unos y otros descendían de los antiguos exiliados troyanos guiados por Bruto. Arturo es el rey que se refugia en Avalon para recuperarse de las heridas de donde ha de volver para rescatar al reino de la opresión de los anglosajones. Históricamente los británicos originarios, es decir, los celtas, que no pudieron refugiarse en lugares recónditos de Gran Bretaña y que lograron escapar de las masacres anglosajonas huyeron de la isla cruzando el canal de la Mancha, y se establecieron en la Armórica, que era el nombre antiguo de la actual Bretaña francesa y la Normandía. De ahí precisamente vendría Guillermo el Conquistador, como un Arturo Renacido, que liberaría Inglaterra del yugo anglosajón, tal como la leyenda predicaba del Arturo herido y refugiado en Avalon. De este modo, Monmouth revestía la invasión normanda de Inglaterra de tintes épicos legendarios haciendo que el duque de Normandía representara una doble cualidad para Inglaterra, la recuperación de un pasado egregio, el pasado romano que se remontaba a Bruto y a Eneas y que tan bien había representado Arturo; y el regreso de lo celta -lo auténticamente autóctono- a Inglaterra, de modo que ya los invasores anglosajones no tendrían el poder que habían usurpado a los reyes britanos. Aunque tal vez hubo en un momento algo de verdad en esta fabulación, pronto desapareció. El pasado romano recuperado no fue más que un mito, naturalmente, si acaso, la presencia que si fue manifiesta fue la de la lengua que aportaron los normandos, pues el francés que se habló en la corte inglesa durante al menos dos siglos dejó una profunda huella latina, o románica en la lengua inglesa. Y por otro lado, si bien es cierto que Guillermo el Conquistador supuso el destronamiento y desaparición de lo anglosajón, ello no duró mucho tiempo, porque los nobles anglosajones lograron sobrevivir, y a través de múltiples artimañas supieron mantener el gobierno efectivo del territorio. Si ir más lejos, Enrique I, hubo de ganarse a los anglosajones casándose con una princesa sajona y concediéndoles privilegios. La normandización de Inglaterra, no fue más que un espejismo, una imagen propagandística que Monmouth se encargó de fomentar con su mito artúrico, pero que nunca llegó a ser una realidad. Poco después de esta versión que estamos estudiando, los ingleses tradujeron y adaptaron a su propia lengua germánica, este mito artúrico que pretendía haber acabado con su predominio político y cultural. No obstante, la imagen del regreso de Arturo, que montó Monmouth al final de su relato, ha mantenido la ambigüedad a través de los tiempos, como en la obra de Malory, quien introdujo la frase del “rey que fue antaño y que volverá”. Se trata de un mito erigido para hacer creer el regreso de Arturo. Se repetirá en la historia de Inglaterra de modo casi recurrente, pues como Arturo serían vistos no sólo Guillermo el Conquistador y sus descendientes, sino que, el monarca que instaura la dinastía Tudor, Enrique VII, el cual es consciente de que con él se pone fin a la saga establecida por Guillermo el Conquistador, el primer Arturo renovado. Así, ya que él se llama Enrique y eso no puede cambiarlo, se preocupa por casarse con Elizabeth de York, una rama familiar de los Plantagenet y de que su primer hijo se llame precisamente Arturo. La dinastía Tudor asume, pues, desde sus principios, la reencarnación de Arturo. Así, sus miembros son pues, la famosa “Esperanza del pueblo Británico”, representada por el rey Arturo. Desgraciadamente para Enrique VII, el prnícipe de Gales, Arturo, murió joven y no llegó a reinar.

Regresando al siglo XII, no debe extrañarnos que los reyes ingleses que se sentían tan franceses, se vieran reconfortados por la mitificación de Monmouth y aplaudieran la traducción a su lengua, el francés, del original latino. La más famosa, la que lleva acabo Wace hacia 1155, dedicada a la reina Leonor de Aquitania y en la que no sólo vierte al francés los hechos, sino que añade detalles nuevos, como la fundación de la Tabla Redonda, así como cierta insistencia en aspectos como la cortesía, la aventura, los amores y las maravillas. Son rasgos ausentes del contexto celta y británico original, que se mostrarán decisivos en el devenir del mito artúrico tal como se plasmará éste en los romances franceses de Chrétien de Troyes y en las versiones en prosa de la Vulgata francesa. Otro de los importantes temas que Monmouth toca en su libro, es la mítica figura de Merlín. Hace intervenir por vez primera a este personaje, otorgándole los valores que ya no le abandonarán jamás: profeta, arquitecto, capacitado en las artes mágicas, instructor en la guerra. Merlín aparece en los romances y en tradiciones posteriores, como una versión enormemente elaborada del profeta que confunden a Vortigern e ingenia la concepción de Arturo. En éstos es un personaje más complejo y más inescrutable, si cabe alguien que parece tener unos antecedentes que ningún otro posee. Se cree que el personaje literario de Merlín tuvo su antecedente en una persona real que vivió setenta años después del Arturo histórico. Aparentemente, habría sido un pequeño rey entre los bretones del norte en la baja Escocia, quien enloqueciendo tras la derrota en una batalla, se refugió en los bosques víctima de un delirio místico. Luego la leyenda se apoderaría de él y lo convertiría en un personaje. Diversos elementos mitológicos se sumaron a la composición de su personalidad: el "loco" inspirado por la divinidad; así como el tema del hombre salvaje, recluido en la marginalidad de la civilización, señor de los animales y equilibrador de la naturaleza. El tema del niño recién nacido que habla revelando el porvenir y el tema del mago En la versión elaborada de la leyenda, Merlín es el hijo de un diablo íncubo, lo cual explica su poderío sobrenatural. “He leído en los libros de nuestros sabios y en numerosas historias que muchos hombres han sido concebidos de semejante forma. Como afirma Apuleyo en su tratado De Deo socratis, habitan entre luna y tierra ciertos espíritus a los que llamamos demonios íncubos. Participan de la naturaleza de los hombres y de los ángeles y, cuando quieren, adoptan figuras humanas y cohabitan con mujeres.” Cuando Merlín se opone al rey usurpador Vortigern, se convierte en el consejero permanente y mago titular de Uther Pendragon. Así pues, hace que éste último engendre a Arturo y logra que éste sea reconocido como rey entre los bretones. Merlín será quien lo aconseje y lo ayudará a llevar adelante su empresa. Se dice que Merlín es el druida total, ya que, dotado de enormes poderes, conforma junto con el rey una pareja sagrada cuyo destino es regir a la sociedad. El nombre Merlin proviene probablemente de la palabra francesa merle (mirlo), como consecuencia de una contaminación fonética con el nombre galés Myrddin. Quizá lo que inspiró a Monmouth, para introducir a este personaje, fue uno de los libros que cayó en sus manos, La profecía de Britania, obra del año 930 en la que se reunían diversos vaticinios que presagiaban la caída de los anglosajones y el resurgimiento de los celtas británicos. Uno de aquellos presagios se atribuía a un tal Myrddin, hombre que había gozado de una gran reputación siglos atrás y que era autor de otras profecías, en su mayor parte oscuras. “-¡Ay del dragón rojo, pues su aniquilación está próxima! Su caverna será ocupada por el dragón blanco, que se identifica con los Sajones a los que has invitado. El rojo representa al pueblo de Britania, que será sometido por el blanco.” A propósito de las ideas medievales referentes al dragón, en el arte heráldico no siempre se consideró el dragón en mal sentido, sino que representaba a veces la Vigilancia y también el Ardor, pues decían que se comportaba en el combate como “un torrente impetuoso que desciende de las montañas”.




Regresando a las profecías de Merlín, podemos notar en la mayor parte de ellas un lenguaje ambiguo que nos permitir pensar libremente en lo que quiso decir. Si tratamos en la actualidad de hacer coincidir sus frases con la historia de Inglaterra posterior a su época, seguro encontraremos coincidencias, que no pasan de ser eso exactamente, pura coincidencia. Claro que no deja de ser un ejercicio divertido, que no lleva a ningún lado. Es, como ya mencioné, un recurso propagandístico que utiliza Monmouth para enaltecer algunas de las figuras de su época. Hay sin embargo, una frase en sus profecías que es muy relevante: “Al final prevalecerá la raza oprimida y se alzará contra la crueldad de los invasores. El jabalí de Cornubia vendrá en su ayuda y pisoteará los cuellos enemigos con sus pezuñas.” Esta frase la dice refiriéndose al rey Arturo, quien supuestamente vencerá a los invasores sajones. La razón para este apelativo de jabalí sugiere que tomó el simbolismo celta de este animal. En los pueblos célticos, los guerreros lo adoptaron como emblema militar de la inviolable libertad de sus tribus. Es más, los druidas de Irlanda y de las Galias hicieron del jabalí la imagen de la fuerza y la supremacía intelectuales y espirituales, emparejado con la fuerza material y el poder temporal civil y militar que simbolizaron con el oso. (Arturo quiere decir “oso noble o fuerte”) Otra situación interesante con respecto a Merlín, es la que se refiere al traslado del grupo Megalítico de Stonehenge desde Irlanda para situarlo en su posición actual cerca de Salisbury como monumento dedicado a los príncipes y barones traicionados anteriormente por los sajones. “Aurelio ordenó a Merlín que plantara las piedras que había traído de Hibernia alrededor de las sepulturas. El mago obedeció y las plantó en círculo, en torno a los sepulcros, de la misma manera en que se encontraban dispuestas en el monte Kilarao de Hibernia, demostrando con ello que la inteligencia vale más que la sola fuerza.” Así, tenemos una versión más del origen de Stonehenge, claro que éste más unido al folcklore céltico y a engrandecer al pueblo britano.


 Un dato curioso del cual no pude obtener información, pero que sin embargo noté muy claramente con la lectura de este libro, fue el dedicado a la religión celta. El autor en ningún momento menciona algo sobre los dioses celtas o los druidas. Habla desde un principio de la tradición que traían desde Troya, Bruto y sus hombres, con respecto a los dioses del Olimpo. De hecho, Bruto llega a Albión gracias al consejo de la Diosa Diana, y con la ayuda de los dioses mitológicos. Eso es muy claro, pero de estas creencias, pasan directamente al cristianismo. Jamás hay una mención de Lug -¡Por Tutatis y Belisana!- ni de ningún otro Dios del panteón celta. Es quizá más claro para nosotros ahora, que los dioses celtas forman parte de la herencia indoeuropea y son similares a los dioses griegos; pero eso no quiere decir que los druidas no existieron y manejaron y transmitieron las creencias en forma oral, durante siglos. Sería interesante encontrar algún artículo sobre esta omisión de Monmouth, inconsciente o consciente al hacerla. En la fiesta de la coronación, realizada durante el Pentecostés, festividad por excelencia del calendario artúrico, donde muchas de las historias narradas inician, podemos encontrar detalles interesantes. Terminada la ceremonia, la fiesta prosigue en el palacio y ello le permite al escritor configurar una de las primeras imágenes de la sociedad cortesana: una comida (epulatus) seguida de los juegos (ludi). La comida entendida aquí como un acto de civilización que implica la ordenación de los asistentes según su grado jerárquico y como una fiesta que permite el lujo y la ostentación, la abundancia, la generosidad, y sobre todo, la práctica del amor, como una conducta natural en el seno de la corte, regida además por unas normas concretas: las castas mujeres sólo conceden el amor a aquel probado por tres veces en la caballería. El autor comienza a relacionar el amor con la militia, fijando las distancias que exige un comportamiento amoroso dentro del ideal de mesura. El amor/miltia adquiere su mejor expresión en la descripción de los juegos caballerescos, los torneos, simulacros de guerra, realizados en los campos fuera de la ciudad. Las mujeres observan estas actividades en lo alto de los muros y se enardecen al ver el desarrollo del valor caballeresco. La corte es el centro de ese mundo aventurero y cortés a la par. Es el punto de partida y el puerto de regreso de los esforzados caballeros. Arturo es el magnífico monarca de esta corte, preside y aguarda el anuncio de una nueva aventura. Esta imagen de Arturo, creada por Monmouth, como guerrero expectante e histórico, desaparece más adelante en las novelas corteses. En contraste con la historicidad que condena el futuro de la caballería como clase social, frente a la supremacía de la monarquía, la literatura novelesca crea un espejismo. Arturo es el rey de este mundo fantástico y mágico, donde los caballeros triunfan ante el mal, los villanos, los monstruos y los mezquinos burgueses. Así, los grandes señores feudales, los hidalgos empobrecidos y los jóvenes desheredados que vagan en busca de fortuna encuentran en estas novelas un lugar mucho más prometedor que lo que pueda llegar a ser la realidad. El mítico Arturo queda en este mundo quimérico, desligado de su carácter de héroe nacional y se transforma en un arquetipo universal de monarca ideal, por encima de los intereses nacionales históricos, al igual que la caballería. La ideología feudal se mantiene en la línea donde las diferencias de clase son marcadas, pero no las nacionales ; donde la ética y el código de civilización es más importante que cualquier otro hecho pragmático. Los ideales éticos cristianos, la cortesía, el código de honor se vuelven universales. Así, mientras que el guerrero épico pelea por defender una tierra o población, en nombre de una patria o de un estandarte nacional, el caballero andante va en busca de aventuras hacia un horizonte impreciso, en un paisaje de fantasía.





Conclusión crítica general



“Esos tiempos han terminado. Nadie, después de ti, puede reclamar la espada de Arturo. –Le retiré delicadamente los dedos de la empuñadura-. Tómala, Lanzarote, pero arrójala a las aguas del lago. Que las brumas de Avalón la traguen para siempre.”



La Historia de los Reyes de Britania es tanto una pieza literaria como un apunte histórico. La riqueza de su texto se debe a la descripción cuidadosa de los hechos, y el estilo de escritura accesible. Siendo un maravilloso intento por introducir la historia temprana de la Britania, la Historia de los Reyes de Britania es uno de los grandes aportes a la leyenda de Arturo. A pesar de este interés por presentar como verídi¬cas sus historias, retrayéndolas a un pasado histórico concreto, no cabe pensar que se tomaron en serio todos los hechos fantásticos que se le ocurrieron al autor. Con todo, en la Edad Media, pocos eran los que du¬daban de la historicidad de Arturo, y si se tomaban mayor libertad con esta materia era porque su inten¬ción de agradar e interesar a sus lectores, les estimu¬laba a hacerlo así. El mundo de Arturo fue recreado en esos años -siglo XII y XIII- según patrones propios, que inspiraban el antiguo lujo, el valor y la alegría del combate. La caballería se vio entonces favorecida por unos modelos, que aunque no tuvieran mucho que ver con lo que en realidad fueran en su origen, despertaban una irresistible atracción en una sociedad que sintonizaba perfecta¬mente con la clase de valores que les eran consustanciales.

El mundo de Arturo se convirtió así en el icono de la caballería cristiana. Esa milicia forjada en la lucha fronteriza contra los paganos desde la época de Carlomagno, encuentra, si bien profundamente distorsionada por su misma circunstancia histórica, su más genuina fuente de inspiración en la leyenda artúrica La figura del Arturo histórico se perdía para siempre en las sombras del pasado cuando la inspirada pluma del historiador galés Geoffrey de Monmouth le insufló la vida de un héroe nacional. No fue hasta sus espléndidos trabajos que los romances arturianos establecieron una fuerte tradición en la literatura europea. Su inestimable contribución alimentó la inspiración de muchos autores europeos, quienes transformaron a Arturo en la legendaria figura que ha trascendido las fronteras de la historia. Se contempla la obra de Geoffrey con cierto cinismo y se la considera más una obra literaria que histórica. Esto no significa que la Historia de los Reyes de Britania sea una simple fabulación. Geoffrey se inspiró en personajes y sitios reales, además cita como fuentes a San Gildas, Nennius y los Anales Galeses. Tampoco despreció los escritos clásicos y, posiblemente, estaba bien familiarizado con las leyendas orales de su pueblo. Ciertamente, el fabuloso Rey Arturo hace tiempo ha traspasado los límites de la historia inglesa para erigirse en un mito universal. Su leyenda está a la altura de personajes históricamente certificados como el emperador Julio César o Alejandro Magno. La masificación del mito artúrico ha prácticamente liquidado sus raíces celtas y lo han transformado en una figura caballeresca y, hasta cierto punto, infantilizada de la corte europea. A cambio, Arturo hace suyo el arquetipo universal del héroe, condensando en su leyenda el macrocosmos de la historia humana. No obstante, el rigorismo con que la ciencia actual se ha ocupado del tema corrobora la necesidad del hombre moderno por descorrer el velo de la magia y desmitificar su mundo. Después de todo, si Arturo existió o no, a nuestro entender no tiene importancia. La verdadera grandeza del Rey Arturo radica en la eternidad del mito que fundó y que inspiró ríos de literatura. Ahora bien, la otra aportación de esta obra es más sutil y sólo es para aquel lector que gusta descubrir entre líneas la verdadera motivación del autor. Es así que, a través de una lectura más profunda, podemos conocer el marcado tono propagandista que Monmouth introduce en su libro a favor de la nueva dinastía llegada de Normandía, así como una nueva manera de ver a la sociedad feudal, más cortés y elegante, así como dedicada al arte de la guerra, que engrandece al hombre y lo hace digno de Dios.





Bibliografía Básica



Monmouth, Geoffrey de, Historia de los reyes de Britania, edición de Luis Alberto de Cuenca, Madrid, Editora Nacional, 1984, 318 pp.





Bibliografía Consultada

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